jueves, 26 de marzo de 2009

Refugios


De repente, cuando tu cuerpo está a punto de estallar de un ataque al corazón encuentras un lugar donde todo se calma. Parece que el mundo se para, indiferente a todo lo que te atormenta, como si allí las cosas perdieran su importancia. Probablemente nunca tuvieron importancia pero eso ya da igual, porque tú ya has sufrido. Esos lugares están por todas partes, aunque no es fácil encontrarlos, así que lo mejor, cuando llegas a uno, es guardarlo en tu caja de tesoros y no soltarlo nunca porque así podrás volver, siempre que quieras, siempre que todo se vuelva negro. Pues sí, hoy he descubierto uno, cerca de mi curro, el que me roba los días. Está en un parque, tiene sol y mucho polen, y sillas y sombrillas con un toque muy habanero moderno. En medio de Madrid, sí, en todo el centro, entre coches y gente, y humo sin flores, y corbatas, y móviles...entre todo lo malo. Ahora sé que está ahí, y eso me da seguridad, incluso creo que, de vez en cuando, me aliviará las penas. He tenido varios lugares así, pero sobre todo recuerdo uno de Lieja que me hacía olvidar. Estaba, y espero que siga estando, en medio de un parque también. Era la cafetería del MAD musée (museo de arte diferenciado), donde exponían obras de artistas con algún tipo de minusvalía, los mismos que te servían el café y te decían que les encantaba España, que les contaras cosas de allí. Te pedías un café y te regalaban un Speculo. Desde entonces, estas galletas belgas me recuerdan de una forma increiblemente nítida a aquellas tardes grises, que en el fondo siempre presagiaban noches felices, pero yo no lo sabía. Me dirigía el proyecto una puta que me puteaba, y valga la redundancia e infinitas más, puta, puta mas que puta, y me odiaba a partes iguales. A mi esa señora, en el fondo me daba bastante igual, pero en el momento me sacaba alguna que otra lágrima. Al principio me bajaba del bus de la universidad en el MAD para poner un poco de distancia con mi casa, en ese parque nunca había nadie conocido y podía aislarme un ratillo. Luego ese café, ese Speculo y esa sonrisa se convirtieron en una necesidad. Y dejé de estar triste, y estaba muy muy feliz, pero seguí yendo, y además llegó la primavera, y el parque se volvió de colores... Quiero volver, lo acabo de decidir, como quiero vover mañana a esa isla que he encontrado en medio de la ciudad. Otra vez un amigo me regaló otro truco para olvidar: cruzar a la otra orilla. Lo sigo haciendo. Ahora, de vez en cuando, cruzo un manzanares sin agua. Cruzar puentes me cambia el rumbo, y el humor.
Suerte de esos lugares donde todo cambia, donde lo negro se vuelve blanco...

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