sábado, 6 de junio de 2009

Vestido rojo sobre fondo gris



En la pared de la farmacia, un hombre con bigote y gafas de culo de vaso nos habló del desamor. De sangre roja que, al no poder dar nunca más color a su corazón, brotaba de sus muñecas a borbotones manchando paredes y suelos como en el mejor Tarantino. Los corazones, cuando no están rojos se apagan, como los cuerpos, azules. Yo una vez conocí una niña que se llamaba azul, y siempre iba de rosa, quería ser princesa. A mi me gustan los colores de la vida, que manchen, que pinten, que coloreen paredes. Por si acaso tengo un corazón verde, de repuesto, para cuando el rojo está de vacaciones. Intento tapar los agujeros de mi cuello cuando me atacan los vampiros, una tirita y aquí no ha pasado nada. Si no me miran a los ojos nadie se entera de mi ausencia de sangre, por eso unas buenas gafas de sol disimulan hasta la peor de las tristezas. Escondo mi alma tras los cristales oscuros y me pongo el mejor de mis vestidos. Pisa con garbo morena. Ultimamente soy demasiado consciente de la fugacidad de las cosas, y, como nada es para siempre, a otra cosa mariposa. Aunque claro, si la vida pasa por delante demasiado rápido, y se me escapa, como si no fuera conmigo, me quito las gafas de sol, mi corazón verde y mi tirita tapa agujeros, y que se entere el mundo de que mi alma llora. Que me robaron mi sangre y mi corazón se volvió gris. Despacito, que las prisas no son buenas, y menos con esta vida que vuela con alas gigantes.

Fareroooooooooooo, te acercas, te siento de camino. Vestido rojo, claramente.

No hay comentarios: