viernes, 15 de mayo de 2009

De vuelta. De nada.


Se veían de fondo los asientos de la comisaría. Yo estaba sentada en uno de ellos. Sola. Me había abandonado mi doble, y la suerte, que esa noche miró para otro lado. Vestido rojo, rimmel corrido. Lágrimas negras que bajaban hasta mi boca. Al lado una pareja hablaba de literatura del siglo XVII, otro hablaba a gritos por teléfono, tenía un ojo morado. Yo intentaba explicarme: me robaron policía, todo, mi dinero, DNI, hasta mi corazón de viaje. Volvía a la ciudad que un día fue mía, hace años. Desde entonces, cobarde, no había querido volver. Me daba miedo que nada fuera igual, que esas calles me resultaran extrañas. Ahora estaba decidida y me dejaron sin nada, no pude coger el avión. Encerrada en el metro, sin poder ni siquiera salir. Hay que pagar para salir al aeropuerto y a mi me habían robado hasta el alma. Pedí dinero para volver a casa, triste, sola. Estoy harta de que se lleven lo que es mío. Me han robado bolsos, carteras, novios. Una vez me robaron un colchón que subí yo sola por toda la calle lavapiés, esa me vez me robaron también el esfuerzo. Otra vez me robaron una casa, donde era completamente feliz, y tuve que mudarme, así, porque si. Ahora estoy en Madrid, que remedio, donde no se habla inglés ni se conduce por la izquierda. Los madrileños están en la pradera, bailando chotis, y yo estoy en el sofá, consolada por Antonioni y sus impecables blancos y negros. No me siento bien, ayer me vaciaron por dentro, me quitaron las ganas.
"En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

Sentí infinita veneración, infinita lástima"

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