martes, 21 de abril de 2009

La sal de este mar

" Respecto a los saludos que dispensaba Samantha a los caminantes, camioneros y viajeros en general cuando pasaban por delante del Honey Route mientras se hacía las uñas de los pies en el porche a media tarde, esa hora en la que aún no hay clientes y las chicas no están embadurnadas de saliva, hay que decir que sólo tenían como proposito desear un buen viaje, afirmarse en la idea de que existía un mundo más allá de sus uñas y su porche, y nada más. Por eso cuando un hombre frenó en seco su Ford Scorpio y se acercó a Samantha y le cogió de la mano para decirle de golpe lo guapa que era, se le encendieron las mejillas y estuvo a punto de soltar una lágrima sobre la laca de uñas roja que la emoción le había hecho derramar al suelo. Mientras tomaba algo, sentado a su lado, dijo llamarse Pat, Pat Garret, y no tardaron en besarse, lo que les llevó inmediatamente a la habitación. Samantha jamás había estado con un hombre a esa hora en la habitación. De repente, como otra vida. Pat tenía una afición: coleccionar fotografías encontradas. Todo valía con tal de que salieran figuras humanas y fueran encontradas. Viajaba con una maleta llena. Mientras miraba un punto fijo en la pared de la habitación, le contó que después de haber trabajado en un banco en LA, había heredado inesperadamente, así que dejó el trabajo. Su afición por las fotografías le venía del banco, por culpa de ver a tanta gente; siempre imaginaba cómo serín sus caras, sus cuerpos, en otro contexto, más allá de la ventanilla, que era también como el marco de una fotografía. Pero tras haber cobrado la herencia, su otra afición, el juego, le había llevado a perderla casi en su totalidad. Ahora se dirigía al Este, a Nueva York, en busca de más fotografías. Aquí, en el Oeste, siempre andamos a vueltas con los paisajes, pero allí todo son retratos, le dijo. Abrió la maleta y le fue dando las fotos, que ella miró una a una sin atención pero con ganas de comprender. En un momento dado él le dijo señalando una foto en la que un grupo de colegialas posaban un día de fin de curso del 78 -¿Ves a esta niña de ahí? ¡Es tan guapa que podrías haber sido tú! Entonces Samantha se armó un taco imaginando todas esas vidas que ahora, emulsionadas, pasaban por sus manos, pero un taco que le hizo creer por un momento que tenía una gigantesca familia más allá de las compañeras de burdel y hombres de carretera. Cayó sobre el pecho de Pat y lo abrazó. Él le dijo - Te llevaré conmigo a Nueva York. Se quedó muchos días más, ella le preparaba la comida y no salían de la habitación. La noche que Pat se fue, a Samantha le despertó el motor del Ford. No se movió de la cama, pero estuvo despierta hasta que amaneció, y, ya de mañana, tras descartar que se hubiera ido a Carson City a por tabaco, se sentó en el porche a hacerse las uñas de nuevo, y lo olvidó todo, y saludó a un joven con una mochila del ejército que pasaba caminando hacía la US50, y le gritó, ¡Si ves a un tipo en un Ford Scorpio rojo que viaja solo hacía Nueva York dile que vuelva! Él ni la miró. Ahora habrá dos maletas llenas de fotos tiradas en dos lugares del desierto. Rostros, familias, posibles parejas que ya sólo serán teóricas, retratos de una y otra maleta que no llegarán a encontrarse."


Hoy he conocido una novia del mar, se llama Jaffa y es una antigua ciudad palestina ocupada y destruida por Israel. Está llena de naranjas y seguro que huele a Azahar. Muchos palestinos viven a pocos kilómetros del mar y sin embargo no pueden acercarse a sentir su olor, mojar sus pies. Un mar que antes era de ellos. Marinaleda y su semana por la paz y el mundo que grita porque no puede más.

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