domingo, 22 de febrero de 2009

The dreamers


Últimamente me da por soñar. Sobre todo los días de sol y resaca. Últimamente me da por Bertolucci. Su luna, su cielo protector, su tango....Ultimando el invierno. Últimamente. Que calor hace en Abril. Bernardo se enamora de Olivia y ella, ni tonta ni perezosa, deja al que entonces era su amante para dedicarse a soñar despierta. Bernardo, por su parte, comía empanadillas chinas y, de vez en cuando, montaba picnics con mantel, rosas y copas. Alma vino a desayunar, y ella, disfrazada de esqueleto se perdió las tostadas. De repente la peluca rubia le dió un beso a la peluca morena, detrás de la barra, delante de las copas. El demonio rojo, de cuernos y rizos estaba locamente enamorado de la otra peluca rubia, que hacía como que no le veía, pero, de vez en cuando le mandaba besos minúsculos, que yo lo vi. Yo era Cris Bill, aunque era él quien llevaba la katana y el amarillo. Claro, era más alto, más Uma, más rubio. Las pelucas que se daban besos no eran parte del sueño, el sueño sólo consistía en pensar que otra vez compartíamos ciudad, que otra vez acababa perdida en la opera después de noches verdes y dulces. Que las terrases, el mercado de la poubelle, y la casa en el séptimo cielo seguían estando ahí. Que nada había cambiado.

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