jueves, 24 de febrero de 2011

Historia

Son las 5 de la tarde. Hace frío y brilla el sol y ella lee, sola, tranquila, en una terraza chilena. Café, un pueblo de montaña y muchos días de viaje a la espalda. En otra mesa hay un hombre, americano, muy guapo, también solo. Se miran y se sonríen. Se miran y se gustan. A ese pueblo sólo se puede llegar en burro, y, es más, sólo consigues llegar cuando la vida te da un giro, si no, no hay quien lo encuentre. Ellos lo habían encontrado. Se habían encontrado. Creo que ella leía un ensayo sobre mujeres feministas latinoamericanas, él fumaba y cada calada a aquel pitillo de liar le volvía más irresistible. Hablaron, cenaron, follaron y por la mañana se despidieron. Quedaron en Lima, era el próximo destino, unos días después. Él se fue del pueblo y ella se metió a un ciber a escribir unos mails. Entonces sucedió, alguien se llevó su mochila, su dinero, su pasaporte, su alma. Ya no tenía nada, y estaba sola. Sólo tenía su semen. Y su recuerdo. Fue a la policía, lloró, consiguió dinero para llamar por teléfono. Fue a su hotel, donde habían dormido Por ser turistas habían fotocopiado su pasaporte, eso le facilitaría las cosas para identificarse. Lloraba, lloraba, lloraba. Durmió en la calle. Lloraba. Por fin le enviaron dinero, hizo sus papeles. Partió rumbo a Lima. Le encontró. La primera persona que veía después de la pesadilla. Ya no estaba sola. Echaron el polvo del siglo. Hipnotizados. Locos. Se despidieron unos días después y no se vieron nunca más.

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